jueves, 20 de febrero de 2014

Mi lunar, el amor de mi vida.

Ni tú ibas a ser el amor de vida ni yo el de la tuya y sin embargo nos marcamos irremediablemente de por vida. Sé que aún me esperas, que piensas en mí y mentiría si te dijera que no me acuerdo de ti a menudo. No obstante, la nuestra era una de esas historias destinadas al fracaso, y lo supimos desde el principio. Pero eso no nos freno para tropezarnos no una, sino mil veces, para hacernos daño y acabar llorando impotentes buscando respuestas donde ni siquiera había preguntas. Nos perdimos, tú a mi y yo a mi también, de tanto buscarte. Te lloré muchas noches y mentiría si negara que incluso días. Aprendí de todos mis errores, y mucho, me hice fuerte y aprendí que el corazón incluso cuando ha querido mucho puede olvidar. ¿Cómo? Queriendo aún más. 
El amor de mi vida me hace llorar todos los días, pero de alegría, por eso me permito el lujo de llamarle así. Porque sé que ni buscando por todo el mundo encontrarís a alguien que hiciera vibrar todas las células de mi cuerpo con una sola mirada, que consiguiera que yo siguiera enamorada un año después y que esas mariposas que entraron en mi estómago no se fueran jamas. 
¿Que ironía no? El amor de tu vida no sea el que más te marca. Hay marcas y marcas. Las cicatrices solo son señales de duras batallas que algún día olvidarás. Heridas que dolieron mucho, pero que el sol, los años y el viento acabaran borrando. Las recordaras pero no será lo mismo porque un bonito lunar habrá ocupado su lugar.